Lunes 28 de abril de 2025
¡Buenos días! Antes de comenzar la oración de la mañana, es buen momento para situarse en el medidor emocional... ¿Cómo te sientes hoy?
Ayer celebrábamos el segundo domingo del tiempo de Pascua. Y seguimos alegrándonos por la presencia de Jesús Resucitado entre nosotros. Os invitamos a utilizar como oración de hoy el evangelio de ayer domingo, o un vídeo con la adaptación del texto evangélico. Antes de escuchar o ver la lectura, imagina que estás asustado y triste porque Jesús, tu amigo, no está. Imagina que, aunque has oído hablar a otros de que Jesús sigue vivo, no te lo terminas de creer:
LECTURA: APARICIONES A LOS DISCÍPULOS (cf.
Jn. 20, 19 - 31)
Muchos de los amigos de Jesús aún no sabían que estaba vivo y pasaban mucho miedo por si las autoridades los perseguían a ellos también. Así que una noche estaban juntos en la casa que compartían en Jerusalén, con la puerta cerrada y muy asustados.
Y sin saber muy bien cómo, de golpe apareció Jesús en medio de ellos. Lo miraban sin saber qué hacer. Entonces les enseñó las manos, con las heridas de los clavos, y les dijo: «Paz a vosotros». Como esa era la forma de saludar siempre de Jesús, ya lo reconocieron, y se pusieron contentísimos. Todos hablaban a la vez, se reían, y querían entender cómo era que estaba vivo.
Cuando se calmaron un poco, Jesús les dijo: «Mi Padre me
envió al mundo para compartir una buena noticia. Pues ahora soy yo el que os
envío a vosotros, para que contéis las cosas buenas que habéis aprendido de
mí». También les dijo que les iba a mandar el Espíritu Santo, para ayudarles.
Luego desapareció tal y como había venido.
El pobre Tomás se lo perdió porque ese día había ido a hacer
la compra, así que cuando se lo contaron pensaba que le estaban tomando el
pelo, y no se lo quería creer. Pero ellos insistían en decírselo una y otra
vez. Al final, para que le dejaran en paz, les dijo: «Yo solo me lo creo si veo
que son de verdad las heridas de Jesús». Fue un poco bruto, pero es que Tomás
era así.
Justo una semana después, volvían a estar en la casa, y esta
vez Tomás también estaba. Y apareció Jesús, igual. También les dijo: «Paz a
vosotros». Todos miraban hacia Tomás, como si quisieran decirle: «¿Ves? ¡Ya te
lo habíamos dicho!». Él estaba que no sabía si creérselo o si seguían tomándole
el pelo. Pero Jesús mismo se acercó a él y le enseñó las manos mientras le
decía: «Si quieres, puedes ver mis heridas ya verás cómo es verdad». Pero ya ni
hizo falta, porque Tomás lo había reconocido. Y gritó, lleno de alegría:
«¡Señor mío y Dios mío!», que era su forma de decir a la vez lo contento que
estaba, que le daba pena haber dudado, que lo había echado muchísimo de menos…
en fin, todo eso y mucho más.
Jesús dijo entonces: «Mira que eres cabezota por no fiarte de
tus amigos. Has tenido que verme para creer. Felices serán los que crean aunque
no me vean así».
A veces a
todos nos pasa como a Tomás, que nos cuesta creer en lo que no vemos con
nuestros propios ojos. Creer en Jesús es algo que nos pide confianza. Pedimos a
Jesús que nos ayude a confiar en Él, a fiarnos de su palabra de amigo que nos
dice que sigue vivo entre nosotros y que tiene un camino bueno que enseñarnos.
Terminamos
este momento de oración rezando juntos Padrenuestro…